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El problema está, a
mi ver, en esta difícil transición entre el mundo que hemos conocido y el mundo
que viene. Y, como al final de toda civilización y al comienzo de otra, habrá
que atender a un posible colapso económico, a una posible desestructuración
administrativa, a un posible remplazo de los estados por para-estados y por
bandas, a la injusticia reinante, al desaliento, al empequeñecimiento humano, a
la disolución de los vínculos, a la soledad, a la violencia en crecimiento y al
irracionalismo emergente, en un medio cada vez más acelerado y cada vez más global.
Por sobre todo, habrá que
considerar qué nueva imagen del mundo habrá de proponerse. ¿Qué tipo de
sociedad, qué tipo de economía, qué valores, qué tipo de relaciones
interpersonales, qué tipo de diálogo entre cada ser humano y su prójimo, entre
cada ser humano y su alma?
Sin embargo, para
toda nueva propuesta hay por lo menos dos imposibilidades que paso a enunciar:
1.- Ningún sistema completo de pensamiento podrá hacer pie en una época de desestructuración;
2.- Ninguna articulación racional del discurso podrá sostenerse más allá del inmediatismo
de la vida práctica, o más allá de la tecnología. Estas dos dificultadas
embretan a la posibilidad de fundamentar nuevos valores de largo alcance.
Si es que Dios no ha
muerto, entonces las religiones tiene responsabilidades que cumplir para con la
humanidad. Hoy tienen el deber de crear una nueva atmósfera sicosocial, de
dirigirse a sus fieles en actitud docente y erradicar todo resto de fanatismo y
fundamentalismo. No pueden quedar indiferentes frente al hambre, la ignorancia,
la mala fe y la violencia. Deben contribuir fuertemente a la tolerancia y
propender al diálogo con otras confesiones y con todo aquel que se sienta responsable
por el destino de la humanidad. Deben abrirse, y ruego que no se tome esto como
una irreverencia, a las manifestaciones de Dios en las diferentes culturas.
Estamos esperando de ellas esta contribución a la causa común en un momento por
demás difícil.
Si en cambio, Dios ha
muerto en el corazón de las religiones podemos estar seguros que ha de revivir
en una nueva morada como nos enseña la historia de los orígenes de toda
civilización, y esa nueva morada estará en el corazón del ser humano muy lejos
de toda institución y de todo poder.
Nada más, muchas gracias.
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