El Humanismo define
al ser humano como ser histórico y con un modo de acción social capaz de
transformar al mundo y a su propia naturaleza. Este punto es de capital
importancia porque al aceptarlo no se podrá, coherentemente, afirmar luego un
derecho natural, o una propiedad natural, o instituciones naturales o, por
último, un tipo de ser humano a futuro, tal cual hoy es, como si estuviera
terminado para siempre.
El antiguo tema de
la relación del hombre con la naturaleza, cobra nuevamente importancia. Al
retomarlo, descubrimos esa gran paradoja en la que el ser humano aparece sin
fijeza, sin naturaleza, al tiempo que advertimos en él una constante: su
historicidad. Por ello es que, estirando los términos, puede decirse que la
naturaleza del hombre es su historia; su historia social. Por consiguiente,
cada ser humano que nace no es un primer ejemplar equipado genéticamente para
responder a su medio, sino un ser histórico que desenvuelve su experiencia
personal en un paisaje social, en un paisaje humano. He aquí que en este mundo
social, la intención común de superar el dolor es negada por la intención de
otros seres humanos. Estamos diciendo que unos hombres naturalizan a otros al
negar su intención: los convierten en objeto de uso. Así, la tragedia de estar
sometido a condiciones físicas naturales, impulsa al trabajo social y a la
ciencia hacia nuevas realizaciones que superen a dichas condiciones; pero la
tragedia de estar sometido a condiciones sociales de desigualdad e injusticia
impulsa al ser humano a la rebelión contra esa situación en la que se advierte
no el juego de fuerzas ciegas sino el juego de otras intenciones humanas. Esas
intenciones humanas, que discriminan a unos y a otros, son cuestionadas en un
campo muy diferente al de la tragedia natural en la que no existe una
intención. Por esto es que siempre existe en toda discriminación un monstruoso
esfuerzo por establecer que las diferencias entre los seres humanos se debe a
la naturaleza, sea física o social, pero que establece su juego de fuerzas sin
que intervenga la intención. Se harán diferencias raciales, sexuales y
económicas justificándolas por leyes genéticas o de mercado, pero en todos los
casos se habrá de operar con la distorsión, la falsedad y la mala fe.
En el Documento fundacional del Movimiento
Humanista se declara que ha de pasarse de la prehistoria a la verdadera
historia humana recién cuando se elimine la violenta apropiación animal de unos
seres humanos por otros. Entre tanto, no se podrá partir de otro valor central
que el del ser humano pleno en sus realizaciones y en su libertad. La proclama:
“Nada por encima del ser humano y ningún ser humano por debajo de otro”, sintetiza
todo esto. Si se pone como valor central a Dios, al Estado, al Dinero o a
cualquier otra entidad, se subordina al ser humano creando condiciones para su
ulterior control o sacrificio. Los humanistas tenemos claro este punto. Los
humanistas somos ateos o creyentes, pero no partimos del ateísmo o de la fe
para fundamentar nuestra visión del mundo y nuestra acción; partimos del ser
humano y de sus necesidades inmediatas.
Los humanistas
planteamos el problema de fondo: saber si queremos vivir y decidir en qué
condiciones hacerlo. Todas las formas de violencia física, económica, racial,
religiosa, sexual e ideológica, merced a las cuales se ha trabado el progreso
humano, repugnan a los humanistas. Toda forma de discriminación, manifiesta o
larvada, es motivo de denuncia para los humanistas.
Así está trazada la
línea divisoria entre el Humanismo y el Antihumanismo. El Humanismo pone por
delante la cuestión del trabajo frente al gran capital; la cuestión de la
Democracia real frente a la Democracia formal; la cuestión de la
descentralización frente a la centralización; la cuestión de la
antidiscriminación frente a la discriminación; la cuestión de la libertad
frente a la opresión; la cuestión del sentido de la vida frente a la
resignación, la complicidad y el absurdo.
Los humanistas
reconocemos los antecedentes del Humanismo histórico y nos inspiramos en los
aportes de las distintas culturas, no solamente de aquellas que en este momento
ocupan un lugar central; pensamos en el porvenir tratando de superar la crisis
presente; somos optimistas: creemos en la libertad y el progreso social.
Los humanistas
somos internacionalistas, aspiramos a una nación humana universal. Comprendemos
globalmente al mundo en que vivimos y actuamos en nuestro medio inmediato. No
deseamos un mundo uniforme sino múltiple: múltiple en las etnias, lenguas y
costumbres; múltiple en las localidades, regiones y autonomías; múltiple en las
ideas y las aspiraciones; múltiple en las creencias, el ateísmo y la religiosidad;
múltiple en el trabajo; múltiple en la creatividad.
Fragmentos
conferencia: Universidad Autónoma de Madrid, España. 16 de abril de 1993. SILO.
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